Siete mil españoles pasaron por Mauthausen. Los que sobrevivieron no llegaron a dos mil...

Estrenado el 25 de abril de 2014 · Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán de Madrid

Sinopsis

El triángulo azul es una intriga angustiosa y un cabaret grotesco en el recuerdo de un suboficial nazi, jefe del laboratorio de identificación fotográfica, que mira atrás para intentar explicar a sus hijos lo inexplicable: el exterminio organizado de millones de seres humanos más terrible que haya existido jamás. Sus recuerdos se posan en la arriesgada peripecia de aquellos españoles que sacaron las fotografías del campo y que sirvieron para incriminar a varios dirigentes nazis en los juicios de Nüremberg y en el carácter singular de aquel grupo nacional capaz de pedir permiso, en aquel infierno, para hacer una revista musical: veremos el crematorio, la chimenea, la escalera de 186 peldaños, la alambrada electrificada, a través de un chotis, de un número de zarzuela, de un pasodoble, de una habanera. Y veremos la violencia implacable de los caprichos de Goya y el sueño de la muerte de Quevedo en una estremecedora simbiosis con la violencia y la muerte del campo de concentración y de exterminio, donde aquellos españoles siempre encontraron una esperanza de vida en el humor y donde dieron un ejemplo de valentía y solidaridad.

Muchos de ellos tuvieron que salir de sus pueblos empujados por las circunstancias del golpe de estado y la guerra civil. Muchos fueron luchadores republicanos, otros no, tan solo seres humanos arrastrados por la corriente de la barbarie. Todos atravesaron los Pirineos con la esperanza de regresar pronto. Nadie esperaba que Francia, el paraíso de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad les hacinara en aquellos campos de refugiados insalubres e inhumanos. Tampoco esperaban que Francia cayera tan pronto, ni que las autoridades de Vichy les pusieran en manos alemanas. Pero lo que nunca hubieran imaginado aquellos hombres, aquellas mujeres, ancianos, niños, aquellos españoles que un día abandonaron Gádor, Lanaja, Tortosa, Mieres, Lorca, Elche, Mahón, Villanueva de la Serena, Barbastro, Olvera, Valdepeñas, Sestao, Aldea del Obispo, Carbajal de Fuentes, La Laguna, Ceuta, Aranjuez, Pedro Bernardo, Puebla del Caramiñal, Besalú… es que terminarían sus días con una inyección letal en el siniestro castillo de Hartheim, tiroteados en Ebensee, gaseados en Gusen, despeñados en la cantera Wienergraven… De su hogar en España, al crematorio de Mauthausen. Eso les ocurrió a aquellos españoles, a los que se señalaba con un triángulo azul, el distintivo de los apátridas según la clasificación del Lager. Eso les ocurrió a aquellos compatriotas, no por satisfacer el hambre voraz de un destino ineludible, sino porque así lo decidieron las autoridades franquistas.

Este espectáculo pretende ser un homenaje a aquellos españoles. Este espectáculo quiere ser un homenaje a aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad.

Intérpretes

La Begún: Manuel Agredano
Oana: Elisabet Altube
Paco: Marcos León
Brettmeier: Mariano Llorente
Paul Ricken: Antonio Sarrió / Paco Obregón
Toni: José Luis Patiño/ Ángel Solo
Jacinto: Jorge Varandela / Raúl Pulido

Músicos:
Clarinete, percusiones: Carlos Blázquez
Violín, percusiones: Carlos Gonzalvo
Acordeón, rabel, percusiones: David Sanz

Ficha

Autores: Laila Ripoll y Mariano LLorente
Dirección: Laila Ripoll
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Iluminación: Luis Perdiguero
Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Música: Pedro Esparza
Videoescena: Álvaro Luna
Espacio sonoro: David Roldán “Oru”
Ayudante de dirección: Héctor del Saz
Dirección técnica: Antonio Verdú
Fotos: marcosGpunto y David Ruíz
Diseño de cartel y programa: Javier Naval

Realizaciones:
Escenografía: Iniciativas y Exposiciones S.A.
Utilería: Scnik Móvil / Mateos
Vestuario: Sastrería Cornejo
Ambientación Vestuario: María Calderón
Efectos especiales aéreos: Bungy System
Soporte Técnico: Armar S.L.

Fotos de campo de concentración cedidas por Amical de Mauthausen y Museo de Historia de Cataluña

Distribución: Joseba García (A PRIORI)
Producción: Centro Dramático Nacional y Micomicón Teatro

Producido por:

Micomicón Teatro
Centro Dramático Nacional

Distribuido por

A Priori Gestión Teatral
Joseba García
apriorigt@apriorigt.com

Video

Fotografías

Fotos:

David Ruiz

El triángulo azul @David Ruiz El triángulo azul @David Ruiz El triángulo azul @David Ruiz El triángulo azul @David Ruiz El triángulo azul @David Ruiz El triángulo azul @David Ruiz


Fotos:

marcosGpunto

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Premios recibidos



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Premio MAX Mejor Escenografía

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Premio MAX Mejor Autoría

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Premio Nacional de Literatura Dramática

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Premio "Ciudad de Palencia" Mejor Dirección

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Premio "Ciudad de Palencia" Mejor Escenografía

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Premio del Público Festival "Don Quijote" de París



   

SETENTA Y CINCO MINUTOS DE SILENCIO.

En Mayo de 2014 un compañero nuestro tomó un tren desde la estación de Atocha de Madrid hacia Barcelona, allí hizo tranbordo a Perpignan y finalmente cogió un taxi hacia Maureillas-las-illas, la localidad donde vivía José Marfil Peralta. José Marfil enseguida salió a la puerta cuando oyó el timbre, tenía ya las maletas preparadas y se metió en el taxi junto a nuestro compañero, que les devolvió hacia la estación de Perpignan, para ir de nuevo hacia Barcelona y desde allí a Madrid.
José Marfil Peralta, que había nacido en el Rincón de la Victoria en 1921, tenía entonces 94 años y una auténtica obsesión… por el cocido madrileño. Miraba las calles de Madrid con una curiosidad y un deleite que asombraban: se plantaba en un lugar, frente a un edificio, frente a un escaparate o frente a una iglesia, con los brazos cruzados a la espalda y escudriñaba el mundo con unos ojos vivaces, uno de ellos medio velado por un golpe que le propinó hace unos 75 años un SS que cumplía rutinariamente con su trabajo. José Marfil era malagueño y andaba ligero, a pasitos cortos, miraba a un lado y a otro como una pequeña rapaz, sonreía mucho, hablaba con acentos francés y le gustaba el albariño y el arroz con bogavante.
Hay infinidad de gente en nuestro país- en este país que se llama España, para lo malo y para lo bueno, y que tanto nos duele- que insiste hasta la náusea en ya no hay gente como José Marfil, o en que si la hay no es necesario estar todo el día hablando de ellos, son cosas pasadas, de la guerra, es remover heridas y lo bueno y útil es mirar hacia delante. José Marfil siempre miró hacia delante, tanto que después de haber sobrevivido al infierno de Mauthausen paseaba sus noventa y cuatro años por las calles de Madrid como un personaje de Beckett, con sus pantalones pesqueros y sus zapatones, con su traje limpísimo pero ajado, su cara marcada con un cicatriz, su vitalidad, su alegría, su perplejidad. Producía una sensación de belleza irresistible ver a este anciano paseando feliz mientras dejaba a su paso una estela de pasado, con toda su carga de injusticia, con toda su crueldad, dejándose ver por la Plaza la Mayor, por el Mercado de la Cebada, por las callejas de Lavapiés. José Marfil estaba aquí disfrutando de la vida y no necesitaba discutir con nadie del pasado ni de la memoria ni de nada parecido. Cualquier tertuliano empecinado es escupir sobre la reclamación de justicia, verdad y reparación de cientos de miles de españoles, se hubiese atragantado con sus propios argumentos si hubiese afrontado durante apenas unos minutos la mirada de José Marfil o hubiese escuchado algunos de sus relatos: su padre, que había nacido en Fuengirola en 1888, fue el primer español que murió en Mauthausen. 52 años eran demasiados años para un hombre que ya había padecido la guerra de España, el internamiento inhumano en los campos franceses y finalmente la crueldad sin adjetivos de aquellos campos de concentración alemanes concebidos para la explotación y el exterminio. Sus compatriotas pidieron guardar un minuto de silencio por él: una petición insólita y una insólita concesión por parte de las autoridades del Lager: el campo de Mauthausen guardó un minuto de silencio por la memoria de José Marfil Escalona, el padre de José Marfil Peralta, que andaba, 74 años después, comiendo cocido madrileño y paseando por las calles de la capital de su país, el país que le robaron los abuelos de los que hoy no quieren hablar del pasado, aquel país que les negó la posibilidad de regresar, que les negó la nacionalidad y que les dejó morir en las cámaras de gas, o despeñados, o apaleados, o despedazados por los perros, de hambre, de frío, extenuados…Venía a ver una representación teatral que evocaba aquellos hechos terribles, aquellos años que se llevaron a su padre y en los que él pudo sobrevivir a su deportación a Gusen, campo anexo a Mauthausen. En la capital de España, en un teatro público, se iba a guardar un minuto de silencio por la memoria de su padre y de todos los españoles y españolas deportados a los campos nazis.
Hemos conocido en estos dos años a algunos hijos, muchos nietos y sobrinos de deportados a Mauthausen, algunos de los cuales sobrevivieron, muchos de ellos murieron. Pasó por aquí Maria Teresa Curiá, cuyo padre fue asesinado en este mismo campo anexo donde murieron en torno al 80% de todos los fallecidos españoles, muchos de ellos gaseados en camiones. Vino desde Lérida- Lleida. La sala Francisco Nieva aplaudió durante varios minutos su presencia, el recuerdo de su padre y por extensión, de todos los españoles asesinados allí. María Teresa, casi sin voz, sólo pudo entonar un “muchas gracias”.
En Fuenlabrada conocimos el nombre de Antonio Serrano Nogueira y Olegario Serrano Calero, padre e hijo, supervivientes. Nos lo contó el hijo y nieto de ambos. También conocimos el nombre de Juan Antonio García Acero. Su nieto nos contó que fue asesinado en Gusen. El teatro le rindió un fuerte aplauso.
En Zaragoza conocimos a varios familiares de deportados muertos. El padre de Elisabeth Egea pudo sobrevivir. El abuelo no. Fue gaseado en el siniestro Castillo de Hartheim, donde los nazis habían asesinado ya, entrenando el músculo criminal para el futuro inmediato, a unos 18.000 alemanes, enfermos físicos y psíquicos.
En Alicante conocimos a las hijas y a la nieta de un hombre que creían que les había abandonado en aquellos años de guerra mundial. Pero no. Se enteraron hace apenas unos años, a través de una llamada telefónica del historiador Benito Bermejo, de que su padre había muerto en Gusen, a los 30 años.
En Huesca hablamos, después de la función, con la hija y nietos de un asesinado en Bernstein, un lugar a unos 100 kilómetros de Mauthausen, donde el hombre yacía enterrado - ¡consuelo!- y donde además encontraron el cariño de los habitantes y autoridades locales en una visita reciente al pueblo austriaco. En Móstoles una anciana de 92 años y su hijo nos daban muestras de agradecimiento.
El padre y abuelo de ambos había sido asesinado en Gusen.
En la Pola de Siero, Asturias, Juan Colom subía al escenario nada más salir el público de la sala. Era un hombre mayor con su hijo, de unos cuarenta y tantos años.
El padre y abuelo de ambos…había sido asesinado…en Gusen, sempiterno Gusen.
Mauthausen, Gusen, Hartheim, Bernstein, abuelos, padres, hijos, nietos, fechas, edades, siglo XIX, Siglo XX, siglo XXI.
Hemos pedido en estos dos más de 75 minutos de silencio por la memoria de nuestros 7.000 compatriotas deportados, de los cuales murieron casi 5.000. Aquellos hombres y mujeres, muchos de ellos niños, no estaban de vacaciones en Francia cuando los alemanes entraron y les deportaron. Estaban huyendo del castigo implacable de los vencedores de nuestra guerra civil, que les podía haber añadido a los 114.000 cadáveres que aún hoy anegan las fosas, las simas, las cunetas de toda la geografía española.
José Marfil tiene ahora 96 años. La vida se irá. Pero nosotros no podremos olvidar jamás su rostro partido y su ojo muerto, su incontinencia verbal, sus silencios, su dulce acento francés, su disfrute con un pulpo a feira, sus advertencias frente al crecimiento de los movimientos de ultraderecha en la Francia actual, su despedida en el AVE que le llevaba a casa y la cara del joven de los servicios de asistencia al que pedimos que le acompañara a su coche del tren cuando le contamos quién era ese anciano. De eso se trata. De contar a los jóvenes quiénes fueron aquellos ancianos que un día fueron también jóvenes, muy jóvenes. De eso se trata, de no olvidar. De eso se trata. La vida se irá. Pero la verdad, no. Porque vamos a seguir contando.

LABORATORIO FOTOGRÁFICO. Enero de 1943

TONI:
Querida Sole: dile a nuestro hijo, cuando tenga edad para entenderlo, que su padre se acordó de él hasta el último momento. Dile que sus cinco años de vida han sido los más importantes de la mía. Dile que no pude encontrar las palabras para agradecerle que haya venido al mundo. Mi hijo, mi niño, solamente decir mi hijo me ayuda a soportar este infierno. Querida mía: si llegara esta carta a ti algún día has de saber que es una carta escrita desde el lugar más horrible que te puedas imaginar. Las autoridades francesas nos dejaron en mano de los alemanes. Los alemanes nos metieron en unos campos de prisioneros que llaman Stalag. Después, en unos vagones para el ganado, llegamos aquí: Mauthausen. Anota bien este nombre y nunca lo olvides. Este es el lugar donde probablemente moriré dentro de un mes, tal vez una semana, tal vez hoy, dentro de un rato, quién sabe. Y has de saber que yo tengo, de momento, la suerte de estar trabajando en un laboratorio de fotografía y me alimento mejor que la mayoría de los presos, y no trabajo a la intemperie en el río, o en las canteras, o en los túneles. Pero no debo ocultarte este horror. Mentirte sería traicionarnos, traicionar nuestro amor y también nuestra lucha. Recuérdalo bien, mi amor: este lugar se llama Mauthausen. Aquí mueren cada día cientos de prisioneros llegados de todos los rincones de Europa, españoles también, claro. No sé cuántos miles de compatriotas han pasado por aquí, pero si sé que muchos, muchísimos, ya han muerto de agotamiento en la cantera, en una escalera monstruosa de 186 peldaños que te hacen bajar y subir con piedras que pesan unos 30 o 40 kilos. Cada día que pasa sabemos a ciencia cierta que Franco nos ha dejado morir en este infierno. Aquí te pueden matar de un tiro en la nuca, o a palos, o descuartizado por los perros…No puedo, no debo ocultarlo. Tienes que saberlo para poder contarlo…Desde hace unos meses han diseñado unas cámaras de gas que parecen unas duchas en las que pueden matar por asfixia a doscientas personas de una vez. Nos explotan como esclavos mientras se puedan servir de nosotros para sus intereses de guerra, y nos exterminan cuando ya no pueden seguir explotándonos. Para los judíos no hay esperanza alguna. Hay unas chimeneas por las que permanentemente se van al cielo decenas, cientos de seres humanos. Recuerda bien el nombre de este lugar, por si en el futuro alguien tiene la intención de que se olvide: Mauthausen, porque así se llama el pueblo de al lado, un pueblecito encantador al lado del Danubio, en Austria. Y recuerda el nombre de Franz Ziereis, y de Georg Bachmayer, Karl Schulz. Son los nombres de los SS alemanes que mandan en todo esto, los que deciden que las cosas sean como son. Querida mía: no me esperes. Aquí uno no sabe si sobrevivirá al minuto siguiente. No te puedo transmitir falsas esperanzas. Dile a mi hijo que su padre le amó y le recordó hasta el último minuto. Tal vez él pueda vivir en un mundo mejor, en una España libre y democrática, en una Europa unida y solidaria. Ay, nuestra República Española. Sabes que te amaré siempre. Desde el peor lugar del mundo, donde Dios no es posible,
tu Antonio.

Campo de concentración de Mauthausen, enero de 1943